Aristeo intentó violarla y engañó a la sagrada Eurídice
hiriéndola con la furia de su lujuria salvaje
sin que Eurídice pudiera escapar a su destino
cuando el aliento fatal de una serpiente escondida
entre la hierba que Eurídice cruzaba con pies ligeros
corrompió con sus colmillos la sangre que alimentaba
la belleza y el vigor que iluminaban su vida.